Después de todo... Disney siempre estuve cerca. Y no hablo de la época del 1 a 1, ni tampoco de la influencia norteamericana de “Leyendo al Pato Donald”. Cuando menos de los imaginas, acá a la vuelta puede aparecer el ratón de orejas redondas en las situciones más irrisorias.
Además de estar en el reino mágina de yankilandia (y en su sede europea) el simpático animal insignia de Walt se multiplica en nuestro país. El dinosaurio Barney le robo el monopolio de las fotos en las puertas de los shoppings, así que el orejudo se vino a la costa a hacer temporada.
Luego de unos días sin alojamiento ni laburo en el mundo del espectáculo, el pobre Miguel, a quien el bolsillo le flaquea desde que las pelis de dibujitos son de Pixar, no tuvo más remedios que entrar el mundo de los vendedores.
Probó suerte como churrero y panchero. Vendió barriletes y pareos de playa. Hasta tuvo un leve paso como dealer en la zona de los boliches, pero nada... Los niños siempre fueron sus preferidos por eso se pasó al rubro de los pirulines. Y de eso vive Mickey ahora, de los ¡pirulines! Camina desde el inicio de la playa en Mar de Ajó, hasta el último centímetro de arena de San Bernardo, endulzando los días de los pequeños con sus calóricos chupetines.
Mal no le va, consiguió pareja de pirulines, una Minnie medio albina (es de color gris), y hasta es la cara de un local donde se alquilan unos molestos carritos, para que los turistas recorran el balneario, pedaleando en familia o con amigos, haciendo sonar una corneta insoportable, que se escucha a cada rato en el calmo ambiente sanbernadiano.
Parece que Walt no tenía a sus dibujos en blanco, sino el orejudo amigo sería un jubilado de lujo y no tendría que desfilar en la costa, piruleando por un sueldo.
Adio!
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