El que diga que nunca le pasó, miente. A todos y todas, en algún momento de nuestras vida, nos salió un grano. Quién no conoce el disgusto que esa pequeña protuberancia de pus y la vergüenza que acarrea salir a la calle con uno, o varios, en la cara.
El grano es un gran perturbador, un inoportuno anti-fashion, un accidente epidérmico, una tragedia que no se puede maquillar ni con el mejor tapa-ojeras del planeta (que imagino sería uno diseñado por la NASA y Vichy).
Generacionalmente, hay una edad en la que uno se llena de granos. La adolescencia, cruel etapa de la vida si las hay, divide a los humanos en los que si tienen granos y los que casi no tienen granos, afortunados seres que apenas conocen del acné.
El grano marca el inicio de esa etapa de cambio hormonal en la que los hombres nos ponemos boludones (edad del pavo) y las mujeres se piensan que, como nosotros somos unos inmaduros, ellas son maduras y necesitan salir con chicos más grandes.
Dentro de estos años, que por lo general coinciden con la secundaria, están los que tienen granitos y los que están llenos de granitos, a quienes despectivamente se llama cara con locro.
Si tienen que convivir con un grupo muy jodido de compañeros, estos sujetos, apodados también choclos son separados y discriminados (el grano tiene el poder de ghettizar). Si, por el contrario, tienen un grupo copado, nadie va a mencionar nunca los millones de barritos, aunque a la mayoría les de cierta cosita.
Los granos son el karma de todo adolescente, pero sin ellos la adolescencia -como dije antes- parece no llegar. Es sólo una cuestión de acostumbrarse y cuidarse. Con esto quiero decir: no tocarse los granos, porque eso sólo genera más y más y más granos.
Roacutan es la única salvación probada en conocidos que sé que funciona para combatir el acné. Lo único malo es que hasta completar el tratamiento uno pasa por etapas que, en la secundaria, lo obligan a sufrir vejaciones.
Primero uno se ilusiona y comienza a empastillarse. Luego, de a poco, ve que la cantidad de granos es mayor y acude al médico que lo tranquiliza diciéndole que eso es normal. Tercero, con granos y todo, la piel de la cara se empieza a secar y los labios a trizar. A esta altura uno prefiere la muerte y se empecina con dejar todo, pero al final del tratamiento hay un gran arcoiris de suavidad y piel tersa para toda la vida.
Todo el esfuerzo habrá valido la pena en ese instante en el que, sin granitos, uno vuelve a la vida como si hubiera nacido de nuevo.
Otra entrega que quien sabe cuando se haga: me salió un grano (en la adultez).
Adio!
El grano es un gran perturbador, un inoportuno anti-fashion, un accidente epidérmico, una tragedia que no se puede maquillar ni con el mejor tapa-ojeras del planeta (que imagino sería uno diseñado por la NASA y Vichy).
Generacionalmente, hay una edad en la que uno se llena de granos. La adolescencia, cruel etapa de la vida si las hay, divide a los humanos en los que si tienen granos y los que casi no tienen granos, afortunados seres que apenas conocen del acné.
El grano marca el inicio de esa etapa de cambio hormonal en la que los hombres nos ponemos boludones (edad del pavo) y las mujeres se piensan que, como nosotros somos unos inmaduros, ellas son maduras y necesitan salir con chicos más grandes.
Dentro de estos años, que por lo general coinciden con la secundaria, están los que tienen granitos y los que están llenos de granitos, a quienes despectivamente se llama cara con locro.
Si tienen que convivir con un grupo muy jodido de compañeros, estos sujetos, apodados también choclos son separados y discriminados (el grano tiene el poder de ghettizar). Si, por el contrario, tienen un grupo copado, nadie va a mencionar nunca los millones de barritos, aunque a la mayoría les de cierta cosita.
Los granos son el karma de todo adolescente, pero sin ellos la adolescencia -como dije antes- parece no llegar. Es sólo una cuestión de acostumbrarse y cuidarse. Con esto quiero decir: no tocarse los granos, porque eso sólo genera más y más y más granos.
Roacutan es la única salvación probada en conocidos que sé que funciona para combatir el acné. Lo único malo es que hasta completar el tratamiento uno pasa por etapas que, en la secundaria, lo obligan a sufrir vejaciones.
Primero uno se ilusiona y comienza a empastillarse. Luego, de a poco, ve que la cantidad de granos es mayor y acude al médico que lo tranquiliza diciéndole que eso es normal. Tercero, con granos y todo, la piel de la cara se empieza a secar y los labios a trizar. A esta altura uno prefiere la muerte y se empecina con dejar todo, pero al final del tratamiento hay un gran arcoiris de suavidad y piel tersa para toda la vida.
Todo el esfuerzo habrá valido la pena en ese instante en el que, sin granitos, uno vuelve a la vida como si hubiera nacido de nuevo.
Otra entrega que quien sabe cuando se haga: me salió un grano (en la adultez).
Adio!
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