lunes, septiembre 03, 2007

Viajar en avión (muchas veces, una mierda)

Este relato es un poco largo y bastante negativo. Lo escribí mientras viajaba desde Salta hacia Buenos Aires está mañana. Relata el pequeño y caótico mundo que forman 8 asientos de avión.

Viajar en avión suele ser una experiencia tortuosa, por lo menos para mí. Ya subir y acomodarse es un lío de grandes proporciones. Ahora, mientras escribo, estoy arriba de un avión a miles de metros de altura, encerrado en un asiento donde no entro. Pero la cosa no empezó recién…
Apenas llegamos al aeropuerto, con mi novia y mi cuñado, la fila para hacer el chequeo de equipajes fue un periplo lento. Una sola persona registrando a todo un avión nunca puede ser un trámite rápido.
Después de 25 minutos reloj de fila, llegamos al mostrador donde el tipo hizo todo callado, sin nunca preguntarnos si queríamos ventanilla o pasillo (no digo medio, porque nunca nadie quiere ese lugar). Su silencio fue el indicio de que algo choto iba a pasar. Acomodó por apellido, mi cuñado y mi novia en la fila 15; yo 23 y pasillo. ¡Ni siquiera ventanilla! Pero eso no era lo peor, la cosa recién empezaba…
Al hacer el pre-embarque, los simpáticos (es una ironía) señores del detector de metales me hicieron sacar el cinturón, porque sonaban las tachas. Yo le avise que sonaba, pero igual me lo hizo sacar. ¿Por qué mierda? ¿Y si el pantalón se me cae? ¿O no saben lo incómodo que es andar sacándose el cinturón para pasar por una puta máquina que de todas formas, ¡siempre suena!?
Subimos al avión. Y ustedes saben como son los primeros minutos arriba de una aeronave. Gente desesperada puja por encontrar un portaequipaje, que son compartidos, con algún recoveco donde meter a presión su valija. Es más, en el viaje de ida (e jueves), una pareja de extranjeros ocuparon todo nuestro portaequipaje “compartido”, con dos maletas más duras que la carrocería de un Falcon. Nuestros bolsos, bien gracias, a ocuparle el lugar a otro. Y así todos. Pero siempre puede pasar algo peor…
Pero vuelvo a este avión, el que hoy lunes me lleva de Salta a Buenos Aires (y encima con retraso). Por esas razones del destino, que nadie conoce con certeza, encuentro lugar en el portaequipajes. Y apoyo el estuche de la compu en un asiento mientras acomodo. A los dos segundos una vieja chota me empieza a decir “por favor, por favor”. ¿Qué le cuesta esperar los medio minuto a que me acomode? Yo entre primero al avión, llegue antes al aeropuerto, es mi derecho!!!
Bueno esta simpática señora esta sentada justo enfrente mío, con su asiento reclinado sobre el monitor de esta notebook. No le importa que se este sirviendo el desayuno, ella se tira como una ameba con sobrepeso que se chorrea. Al lado de ella, va su marido, un señor canoso con orejas grandes, muy parecido a Altamira, del Partido Obrero, pero con más guita. Este buen hombre, que debe sufrir a esa vieja chota que tiene como esposa, ¡ronca! Pero no lo hace como una persona normal, sino que parece un oso polar con la tráquea de Reinaldo “Mostaza” Merlo. Por suerte al minuto, esos espantosos ruidos que salen de su boca lo despiertan. Igual eso no es nada…
A mi izquierda, yo estoy en el pasillo del ala derecha del avión, viajan dos bebes. Esas impredecibles criaturitas que saltan de la risa al llanto descontrolado en cuestión de segundos. Por suerte viajan tranquilos, pero en cualquier momento, mi intuición me dice que se cagan o que vomitan. Ya se sintió un pedo de lechita, esos que corroen las paredes, el cambio de pañal no está lejos! (Al margen: en la cola de chequeo, una nena comía chizitos ¡a las 7 de la mañana! Un 80 por ciento de posibilidades de devolución aérea asegurada. Que padres inconscientes).
Ahora el avión se mueve, pero le ganan por lejos las bocas de unas chetas que están sentadas atrás nuestro. Apenas subieron, no pararon de hablar por celular hasta que el avión despegó. Las palabras “tipo” y “boluda” se repitieron innumerable veces en menos de veinte palabras. ¡Dios, Buda, Ganesha y el señor de los Anillos me salven!
Sigo con las chetas, que ahora hablan entre ellas. Al parecer anoche perdieron el avión (vaya a saber uno por que razón) y le inventaron una mentirita a su jefe para que no las rete. Le dijeron a una del “estudio2 (por lo que infiero serán abogadas o contadoras) que el avión de anoche se había cancelado. Una excusa bien tonta y fácil de desbaratar, pero bueno entre tantos “tipo” y “boluda”, que más esperar. De todas formas, esto no se termina acá…
Ustedes saben como son los aviones, mundos efímeros que duran algunas horas de gente que no se conoce y viaja, come, va al baño en el aire, e intentan sobrevivir a la tortura china de asientos hechos para contorsionistas o jockeys. Luces que pavlovianas que indican y estimulan a que uno se pare o se desabroche el cinturón de seguridad.
Como perros sometidos al conductismo (sigo con Pavlov), uno por reflejo condicionado sabe que cuando las azafatas sacan el carrito es hora de comer. Paso siguiente, se despliegan las mesitas y a esperar. Mientras, las glándulas salivales secretan baba.
En este momento, viene la comida, pero las azafatas parecen estar poco concentradas en servirla. Una le cuenta a la otra un puterío (como se conoce vulgarmente a los chismes); la otra le responde y así van pasando fila por fila. En realidad, no le prestan atención a su tarea, preguntan sin interés y sirven desinteresadamente (redundancia adrede).
La mujer de al lado nuestro –esa que nos robo la ventanilla– pide una café y un jugo. La aeromoza: cero pelota. Le ofrece café, la señora acepta. Siguen cuchicheando entre ellas y el jugo no aparece. Vuelve y pregunta: “¿Señora quiere un jugo?”. No hizo ¡Plop! Como Condorito porque el asiento no me lo permitió. Lo que rebalsó el vaso, fue que la agarraron a mi novia como ad honorem. Sin mirar, mientras hablaban, le pasaban las cosas y que ella las reparta. Uno no quiere ser gruñón pero a veces esas actitudes son feas. Igual, para lo peor faltaba…
Lo peor, lo más feo y choto del viaje fue, mejor dicho, es (o esta siendo en este momento) que se me termina la batería. Mientras bajamos a los pedos, pasamos por la cancha de River que está vacía, sin fútbol ni peleas de barrabravas. Las turbulencias me marean, el señor de adelante ronca, su mujer se puso un sombrero celeste horrible (se nota que no la quiero, no?), los bebés en cualquier momento se cagan o vomitan, lo presiento.
Aterrizamos, bajamos. Por un tiempo, no quiero subirme a un avión.

Adio!

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