Periodístico
Un enorme complejo de cines anuncia la entrada a la parte más recorrida del barrio de Recoleta. Música, risas y charlas de extraños son los primeros sonidos que aperciben al oído y despiertan la atención.
Más adelante, un desfiladero de restaurantes presenta un camino atrapante, donde el aroma de la mejor carne argentina -ofrecida las parrillas- se cuela por el olfato, avivando el apetito. Al unísono, la vista se centra en esos estantes de fierro ardiente, donde se derrite la grasa de chorizos, morcillas y cerditos: la boca se hace agua.
Es imposible no toparse con la figura de bellas meseras que invitan a la degustación de menús insistentemente. El descorche de botellas y el vaivén de tenedores y cuchillos sobre platos se mezclan en una melodía que abre al apetito.
Una florería rompe con la norma del humo y los olores de carne asada. Allí, los perfumes de rosas, lavandas y jazmines deleitan al olfato.
El final de esta vía de comidas y bebidas lo marca un histórico cafetín de Buenos Aires: La Biela. Con una fachada clásica y más de 150 años de historia, este elegante café colma la atención de quien camina y atrae al pasar.
Frente al recorrido de los restaurantes, rodeado por una rugosa pared de ladrillos a la vista, se erige el Cementerio de la Recoleta, con su imponente entrada y sus columnas griegas. Personalidades de la historia de Argentina -Presidentes, actrices y escritores- descansan en paz allí, ante la vacía mirada de estatuas. El constante maullido de los gatos que habitan este laberinto y la cacofonía de acentos de turistas corrompen la armonía del lugar, impregnado por el húmedo olor de los panteones.
Al lado del cementerio, la Capilla del Pilar, fundada en 1754, reúne diariamente grandes congregaciones de fieles que se agolpan para ingresar a la majestuosa iglesia, adornada con detalles en oro y estatuas católicas.
La música de tango y un viejo milonguero, que pisa baldosas con una cadencia hipnotizante, quiebran el silencio religioso de este tramo de Recoleta. El Centro Cultural, con su edificio violáceo, y el Buenos Aires Design, modernizan el espacio con su imponente arquitectura.
Los robustos árboles y palmeras envuelven una feria artesanal, donde el cruzado ir y venir de las personas dificulta el camino. Los colores y el brillo de los objetos embellecen la vista y los mates dicen presente, simbolizando la argentinidad. Las fragancias de inciensos y otras yerbas se dispersan en el aire. El fuerte bullicio del tránsito da final al recorrido.
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