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En el fondo, la botella vacía denota que la charla ya se puso entretenida; la tabla con vestigios de picada dice que los invitados eran de buen comer; y el sapo socarrocamente se ríe quién sabe de qué, pero ahí está. Estático, señala con un dedo la escena, mientras que su otra anca roza zona erógena: se está tocando. El chancho y yo somos su objeto de deseo, exhibicionistas para un voyeur de pantano.
Si la imagen tuviera sonido, podrían escuchar al poeta, al periodista, y al hombre de campo, hablando del cuero crocante de la sabrosa víctima, mientras del otro lado de la mesa se gesta una revolución que planea desbancar a la comunidad trinadora.
Adio!
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