martes, noviembre 20, 2007

El día del Lechón

No piensen en mí como un Robespierre porcino, ni nada que se le parezca, yo sólo fui uno más de los comensales y en mi rol de benjamín me tocó posar con la bestia, o, mejor dicho, con lo que quedó de ella tras el asado.
En el fondo, la botella vacía denota que la charla ya se puso entretenida; la tabla con vestigios de picada dice que los invitados eran de buen comer; y el sapo socarrocamente se ríe quién sabe de qué, pero ahí está. Estático, señala con un dedo la escena, mientras que su otra anca roza zona erógena: se está tocando. El chancho y yo somos su objeto de deseo, exhibicionistas para un voyeur de pantano.
Si la imagen tuviera sonido, podrían escuchar al poeta, al periodista, y al hombre de campo, hablando del cuero crocante de la sabrosa víctima, mientras del otro lado de la mesa se gesta una revolución que planea desbancar a la comunidad trinadora.
Todo termina con una foto y un enigma.

Adio!

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