Desde el sinuoso camino de tierra del Paseo los colorados, ladeado por cerros que parecen sacados de Marte, puede apreciarse la belleza inigualable de Purmamarca: un laberinto de barro y paja, con corredores angostos y casas bajas, perdido en el silencio y la inmensidad de la Quebrada de Humahuaca.
El andar lento de los pobladores marca el compás del paso del tiempo; no hay apuros en este diminuto paraíso de quince manzanas, cuyo nombre significa “Pueblo de Tierra Virgen” en aimara.
La belleza que brota del Cerro los Siete Colores, un palimpsesto geológico que resume en sus tonalidades más de diez mil año de historia, no es lo único que esta aldea de raíces prehispánica tiene para ofrecer: su cultura, su música, su historia y la calidez de su gente, completan este paisaje irresistible, situado a 65 Km de la capital Jujeña.
UN SUÉTER DE LLAMA, 40 GRADOS DE CALOR
Uno de los principales motores de la economía local es, junto con el turismo, la venta de artesanías, que se desarrolla en la plaza de la ciudad. Hileras de caballetes y tablones de madera marcan el perímetro de este paseo de compras, donde pueden adquirirse desde pequeños recuerdos, como un frasco con arena con los siete colores del cerro y mates de madera tallados, hasta elaboradas prendas de alpaca y ponchos.
Comprar ropa de invierno en pleno verano (con el termómetro marcando los cuarenta grados) puede parecer extraño... fuera de temporada; pero los suéteres de lana de llama, un clásico del noroeste argentino, no se toman vacaciones en Purmamarca: pueden conseguirse todo el año, a precios muy módicos, en varios puestos de la feria.
Por las noches, al ritmo de charangos y guitarras criollas, la música copa el paseo de los artesanos, y la plaza se convierte en un gran patio de comidas, donde, bajo las estrellas, se pueden disfrutar las delicias gastronómicas locales, como la humita en chala y los tamales.
ENTRE EL CIELO Y LA TIERRA
En Purmamarca, el cristianismo y cultos indígenas conviven a diario en la cultura religiosa de la población. Tanto las tradiciones transmitidas por la tribu omaguaca, como las impuestas por los evangelizadores durante la conquista española tienen su lugar en el calendario de festejos y su espacio físico en la geografía del pueblo.
La iglesia, ubicada frente a la plaza, es una de las atracciones más destacadas de este pequeño edén jujeño, que ningún visitante puede –¡ni debe!– pasar por alto. Ajena al brillo del oro y la suntuosidad del mármol (recurrentes en las construcciones católicas), esta capilla, construida en 1648, impacta por su simpleza: muros de abode y techo de cardón y torta de barro la convierten en una belleza arquitectónica única y atípica.
Declarada Monumento Histórico Nacional en 1941, cada treinta de agosto, una procesión de miles de fieles se congrega en su interior (decorado con pinturas cuzqueñas del siglo XVIII), para rendir homenaje –al ritmo de la música de sikus, erques y bombos– a Santa Rosa de Lima, patrona de la iglesia.
El ritual de la Pachamama o Madre Tierra (de origen inca), y los carnavales, destinados a agradecer y pedir por una buena cosecha, son festejos que llenan a Purmamarca de color, baile y música. Junto con el culto a los muertos, celebrado en el cementerio del pueblo (otro lugar imperdible; a sólo dos cuadras de la iglesia), conforman la herencia mística de los pueblos originarios, que aún sigue en práctica en esta zona del noroeste argentino.
SI LOS ÁRBOLES HABLARAN...
Pegado a la iglesia, se encuentra uno de los grandes testigos de la historia de Jujuy. De pie, mudo y estoico, el Algarrobo Histórico es, para los purmamarqueños, uno de los principales monumentos de su comunidad.
Si su exuberante tronco milenario estuviera habitado por un ánima que lo dotara de voz, este árbol podría narrar todos los momentos en los que fue protagonista mudo de la historia. Contaría el orgullo que sintió al tener a Belgrano descansando bajo su sombra; describiría la asamblea de caciques que se organizó a sus pies, donde se decidió luchar contra el enemigo español; y, sin dudas, gritaría con fuerza la bronca acallada que sintió el día en que, bajo su follaje, grupos armados al mando de Francisco de Algañaraz y Murguía apresaron a Viltipoco, líder de la resistencia indígena contra el enemigo español.
Lejos del realismo mágico de la literatura, en el 2000, el algarrobo habló sin proferir palabra: perdió varias de sus ramas, alarmando a las instituciones de preservación de la provincia. Corrió serio peligro de secarse, ya que el excesivo tránsito vehicular, vinculado al incremento del turismo, había compactado la calle de tierra donde está situado, obstruyendo la normal absorción de agua por sus raíces. Hoy –por suerte– el árbol goza de buena salud... la calle es ahora una peatonal.
El andar lento de los pobladores marca el compás del paso del tiempo; no hay apuros en este diminuto paraíso de quince manzanas, cuyo nombre significa “Pueblo de Tierra Virgen” en aimara.
La belleza que brota del Cerro los Siete Colores, un palimpsesto geológico que resume en sus tonalidades más de diez mil año de historia, no es lo único que esta aldea de raíces prehispánica tiene para ofrecer: su cultura, su música, su historia y la calidez de su gente, completan este paisaje irresistible, situado a 65 Km de la capital Jujeña.
UN SUÉTER DE LLAMA, 40 GRADOS DE CALOR
Uno de los principales motores de la economía local es, junto con el turismo, la venta de artesanías, que se desarrolla en la plaza de la ciudad. Hileras de caballetes y tablones de madera marcan el perímetro de este paseo de compras, donde pueden adquirirse desde pequeños recuerdos, como un frasco con arena con los siete colores del cerro y mates de madera tallados, hasta elaboradas prendas de alpaca y ponchos.
Comprar ropa de invierno en pleno verano (con el termómetro marcando los cuarenta grados) puede parecer extraño... fuera de temporada; pero los suéteres de lana de llama, un clásico del noroeste argentino, no se toman vacaciones en Purmamarca: pueden conseguirse todo el año, a precios muy módicos, en varios puestos de la feria.
Por las noches, al ritmo de charangos y guitarras criollas, la música copa el paseo de los artesanos, y la plaza se convierte en un gran patio de comidas, donde, bajo las estrellas, se pueden disfrutar las delicias gastronómicas locales, como la humita en chala y los tamales.
ENTRE EL CIELO Y LA TIERRA
En Purmamarca, el cristianismo y cultos indígenas conviven a diario en la cultura religiosa de la población. Tanto las tradiciones transmitidas por la tribu omaguaca, como las impuestas por los evangelizadores durante la conquista española tienen su lugar en el calendario de festejos y su espacio físico en la geografía del pueblo.
La iglesia, ubicada frente a la plaza, es una de las atracciones más destacadas de este pequeño edén jujeño, que ningún visitante puede –¡ni debe!– pasar por alto. Ajena al brillo del oro y la suntuosidad del mármol (recurrentes en las construcciones católicas), esta capilla, construida en 1648, impacta por su simpleza: muros de abode y techo de cardón y torta de barro la convierten en una belleza arquitectónica única y atípica.
Declarada Monumento Histórico Nacional en 1941, cada treinta de agosto, una procesión de miles de fieles se congrega en su interior (decorado con pinturas cuzqueñas del siglo XVIII), para rendir homenaje –al ritmo de la música de sikus, erques y bombos– a Santa Rosa de Lima, patrona de la iglesia.
El ritual de la Pachamama o Madre Tierra (de origen inca), y los carnavales, destinados a agradecer y pedir por una buena cosecha, son festejos que llenan a Purmamarca de color, baile y música. Junto con el culto a los muertos, celebrado en el cementerio del pueblo (otro lugar imperdible; a sólo dos cuadras de la iglesia), conforman la herencia mística de los pueblos originarios, que aún sigue en práctica en esta zona del noroeste argentino.
SI LOS ÁRBOLES HABLARAN...
Pegado a la iglesia, se encuentra uno de los grandes testigos de la historia de Jujuy. De pie, mudo y estoico, el Algarrobo Histórico es, para los purmamarqueños, uno de los principales monumentos de su comunidad.
Si su exuberante tronco milenario estuviera habitado por un ánima que lo dotara de voz, este árbol podría narrar todos los momentos en los que fue protagonista mudo de la historia. Contaría el orgullo que sintió al tener a Belgrano descansando bajo su sombra; describiría la asamblea de caciques que se organizó a sus pies, donde se decidió luchar contra el enemigo español; y, sin dudas, gritaría con fuerza la bronca acallada que sintió el día en que, bajo su follaje, grupos armados al mando de Francisco de Algañaraz y Murguía apresaron a Viltipoco, líder de la resistencia indígena contra el enemigo español.
Lejos del realismo mágico de la literatura, en el 2000, el algarrobo habló sin proferir palabra: perdió varias de sus ramas, alarmando a las instituciones de preservación de la provincia. Corrió serio peligro de secarse, ya que el excesivo tránsito vehicular, vinculado al incremento del turismo, había compactado la calle de tierra donde está situado, obstruyendo la normal absorción de agua por sus raíces. Hoy –por suerte– el árbol goza de buena salud... la calle es ahora una peatonal.
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Mi opiniónPatrimonio de la humanidad
La historia nos cuenta cómo este pequeño punto geográfico, ubicado en la Quebrada de Humahuaca, ha visto multiplicada su población, en reiteradas ocasiones, producto del constante paso de viajeros. Primero llegaron los incas y luego, los españoles, ambos con intenciones de conquistar éstas tierras; hoy, son los turistas quienes la visitan, atraídos por su exótica belleza, duplicando –aunque sea sólo por un día– los 415 habitantes censados.
Recorriendo los edificios y monumentos del pueblo, pueden verse de cerca los contrastes que conforman la identidad de esta tierra virgen, donde coexisten las tradiciones indígenas y cristianas, remanentes de la lucha entre los imperios incaico y español.
Actualmente, las diferencias visibles giran en torno al turismo. En cada calle, los rostros redondos y tostados de los lugareños se mezclan con las facciones angulares y la tez pálida de un grupo de turistas, posiblemente escandinavos; mientras que en las esquinas, los niños locales miran asombrados, con sus grandes y brillantes ojos negros, el imponente tamaño de los turistas alemanes, que para ellos son gigantes dentro su minúscula ciudad.
Como ven, en Purmamarca siguen chocando a diario las civilizaciones, pero en paz; hace tiempo entendimos lo importante: un lugar así sólo puede ser patrimonio de la humanidad.
* Esta crónica y columna de opinión fueron escritas para el Taller de Redacción del Profesor Nestor Barreiro en la Fundación Perfil. Espero que disfruten al leerlas, tanto como yo lo hice al escribirlas. Además, como conozco Purmamarca (fuí en el verano del 2006), les recomiendo que la visiten; como digo en la nota es un paraíso.
1 comentario:
purma..lugar de ensueño...donde se respira el silencio...
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