Pequeños textos reincidentes
por Pablo Javier Blanco
Una gota, no de lluvia, recorre el rostro de una triste abuela. una gota salada que lleva consigo un sentimiento de impotencia y frustración provocado por la desaparición de un ser querido, un hijo. Una lágrima que nace de unos ojos cansados, recorre una arrugada cara y muere en una boca que grita: “¡Justicia!”. Esos ojos negros han visto muchas cosas, buenas y malas, hermosas y terribles. Han llorado durante muchos años y seguirán llorando por mucho tiempo más. Detrás de ellos una persona vieja, una madre, una abuela. Su cara, maltratada por el paso del tiempo, marchita como una flor pero con la belleza intacta, llena de arrugas, una por cada año de vida, refleja el sufrimiento que ha causado un episodio histórico para la población argentina, un episodio repudiable.
Su ropa, última moda allá en los años 50´, cubre y protege su endeble cuerpo del frío; sus débiles piernas, que caminaron ya mucho, sostienen su frágil figura. Sus zapatos ya gastados tiran para muchos años más. En sus manos, arrugadas al igual que su cara, sostiene una foto de su hijo al que ya hace muchos años que no ve. Sobre su cabello gris, un pañuelo blanco, el color de la paloma de la libertad, simboliza su protesta y su lucha.
Junto a ella, sus fieles compañeras. Todas las abuelas se movilizan cada jueves, desde hace más de 20 años, aunque llueva y el clima esté en su contra. Sus convicciones son firmes, piden una sola cosa, justicia en un país injusto, ¿es mucho pedir?
Acompañan el reclamo, pasivamente, un grupo de palomas súper gordas, cuyo comedor se encuentra allí, en el mismo lugar donde las madres protestan. Ellas son privilegiadas, si hasta levantar vuelo les cuesta de lo obesas que están. La realidad de estas aves es muy distinta a la de los argentinos. Hoy en día, no todos los chicos, hombres y mujeres comen en el país; pero ellas se la pasan picoteando lo que la gente les tira. En un futuro esperemos que haya pan y trabajo para todos, como una vez lo hubo y que no solo las palomas coman todos los días.
A unos cuantos metros de la protesta, vemos unos chicos que juegan con un balón, este es su potrero, su lugar preferido de toda la ciudad. Pisan el verde pasto, lo arrancan cuando se pierden un gol y lo desgastan por las idas y vueltas de un área a otra. Representan una típica situación de nuestra infancia, juegan el deporte que es pasión de los argentinos: el fútbol.
De fondo, a esta protesta de madres, a este comedor de aves y al potrero de los pibes se levanta ante nuestra vista una plaza gigante, histórica y espléndida.
Llena de árboles de todo tipo, mucha vegetación la rodea. Es como el pequeño pulmón que provee de aire limpio a la contaminada city porteña. Monumentos la adornan y deleitan la vista de todos los que circulan por allí. Estatuas de cemento, inmóviles, sin ninguna expresión, representan nuestro pasado y nuestra historia.
La plaza de Mayo fue y es uno de los lugares donde se ha ido construyendo la historia de nuestro país; de nosotros, los argentinos. Aquí, se declaró nuestra libertad, se autocoronó un régimen militar, se festejo, con bombos y platillos, el regreso de la democracia y hasta se echó a un presidente y todos sus ministros con el poder de una cacerola.
Es un centro de protesta donde confluyen los pedidos de las madres, de los trabajadores, de los jubilados, de los ciudadanos argentinos en sí.
El tiempo pasa y la plaza sigue allí, intacta. No envejece, pero día a día se hace rica en vivencias.
En un extremo, frente a ella, se ubica un palacio de color rosa, denominado casa, separado de la gente por vallados y fuerzas policiales. En esta casa, viven nuestros presidentes elegidos por el pueblo; exceptuando a Eduardito, “el cabezón”, quien fue puesto con el dedo. Otra injusticia en esta supuesta democracia.
Del otro lado el Cabildo, símbolo del nacimiento de nuestra patria, descansa. Él ya vivió todo esto, protestas, movilizaciones y las vive todavía. En sus paredes, de un blanco ya opaco, una gigante cacerola pintada con aerosol evidencia un momento histórico y nuestro único estandarte de protesta.
En todas las direcciones, a pocos pasos de la plaza, gigantes de concreto se encumbran, edificios donde viven y trabajan millones de personas durante todo el año.
Colectivos, autos y transportes de todo tipo recorren las calles aledañas a la plaza, llenándola de ruido. Bocinas, malas palabras, gritos, son sonidos comunes en la hora pico de tránsito.
La plaza de Mayo es lugar del pueblo y para el pueblo, un espacio de esparcimiento donde se hacen todo tipo de actividades. Donde se protesta, se juega, se festeja y se forja la historia de nuestra nación.
pd: este es un trabajo que escribi en el 2002 para la facultad, cuando recien empezaba la carrera. Lo releí y me parece que fue uno de mis mejores laburitos, por eso lo subo espero que les haya gustado.
Adio!