Desde el martes que este blog no se actualiza. La razón es una sola: este blog estaba de luto.
Murió Raúl Alfonsín, un referente, un ejemplo, el último político honesto a nivel nacional. Pero más allá de eso, para mi Alfonsín siempre fue como un abuelo. Nunca conocí a mis abuelos. Emilio, el papá de mi papá, murió cuando mi viejo todavía no tenía ni 20 años. José, el papá de mi mamá, estaba vivo cuando yo nací, pero murió cuando yo todavía no tenía uso de razón. Huérfano de abuelos, siempre escuchaba como hablaba mi papá de
el viejo, cómo se le ponían los ojos, cómo se le llenaba de emoción la voz, cada vez que lo nombraba.
El viejo era Raúl Alfonsín, de quien mi papá fue, además de seguidor, un gran amigo. Nunca supe bien cómo llegó desde su militancia radical en la UCR al primer presidente del retorno democrático, pero desde pequeño forjé en mi cabeza la idea de que ese señor era el padre político de mi papá. Una especie de abuelo lejano nuestro.
Crecimos en una casa alfosinista. Nacimos en el 83, con su triunfo. Lo conocimos, nos vimos muchas veces, yo visité su casa. Mamá me cuenta que papá la pasó muy mal en el 89. Alfonsín había dejado el gobierno, renunciado, y todos los que años antes lo vivaban en la isla, ahora lo negaban, todos menos él. Sin importar el qué dirán, mi viejo lo defendía sin tapujos, como un hijo defiende a su padre, con lealtad, honradez y con el alma. Le jugó en contra, pero él nunca dejo de lado su alfonsinismo. Hablaban siempre por teléfono. El viejo llamaba a casa para charlar con él, ver cómo andaban las cosas del partido en Tierra del Fuego, invitarlo a Buenos Aires y demás.
Hace 11 años, volvíamos de vacaciones con mi familia y nos quedamos en Buenos Aires unos días. Mi papá nos llevó a verlo a don Raúl. Mi hermano iba con una camiseta de Boca y yo, que en ese momento atajaba en papi fútbol, con una colorinche del
Mono Navarro Montoya. Alfonsín nos recibió en el Comité Nacional. Habló un rato con papá y después nos dio un beso a cada uno. Nos dijo que él era fanático de independiente y mi camiseta le llamó la atención. "Ese que maneja el camión ¿quién es? Parece Batistuta", soltó. Yo me reí y le dije que era el Mono. "No se parece", agregó y nos fuimos contentos todos.
Otra vez, me acuerdo que para la facultad me pidieron una entrevista. Yo le comente a mi viejo que quería hablar con Alfonsín. Él, que justo estaba en Capital, me dijo "vamos al Comite y vemos como hacemos". Fuímos y ahí nos dijeron que el viejo iba a estar en la Facultad de Derecho de la UBA que lo vea ahí. Esa noche, me colé en el estacionamiento y lo encaré. "Doctor, soy el hijo de Pablo Blanco, le quiero hacer una entrevista", le dijo. "Querido, cómo anda tu viejo, me queres entrevistar, venite mañana a desayunar a casa", me respondió. Así nomás. Al otro día fuí, lleno de nervios. Estuve con el doctor más de una hora. Margarita, su secretaria, me hizo un super capuchino y hablamos de todo. Después, teníamos que sacar la foto en actitud de entrevista. "¿Cómo hacemos?", le pregunté. "Vos poneme el grabador cerca de la boca y yo muevo los labios", contestó. Y así fue como mi última foto con Alfonsín se gestó. Puse el grabador y el ex presidente hizo mímica para la foto, un grande.
Entrevistando al político más honesto de las últimas décadas. A los dos años, lo volví a ver. Mi papá había llegado a unas reuniones del partido con otros políticos y una de los puntos del itinerario era una visita al depto de Alfonsín en Santa Fe y Rodríguez Peña. Yo tenía que hacer una gacetilla del tema para enviar a Río Grande, a la municipalidad. Entramos y mi viejo, como alfosinista, le dijo: "Raúl, por qué no se presenta a elecciones". El viejo respondió: "Para qué, a mi ya no me vota nadie". Él estaba esperanzado en la alianza entre la UCR y Lavagna y así lo hizo saber. Cuando nos íbamos, lo saludo y me dice: "Pibe y que paso con los pelos", haciendo un gesto por las rastas que yo tenía la última vez que lo había visitado. Me recordaba.
El martes fue un día triste. Apenas me enteré de su fallecimiento, llorando, llamé a papá. Del otro lado del teléfono, estaba él, destruido, sin poder decir palabra alguna, solo se oía el llanto de un hombre que había perdido otra vez a su padre, ésta vez, a su padre político. "Fuerza", le dije y me fuí hasta la casa de Alfonsín. Al otro día, visité el Congreso y pude ver su cuerpo. Volví a llorarlo, estaba flaco, amarillo, con las manos entumecidas. Por suerte estaba con mis amigos Fede y Nico que me aguantaron. Esa noche llegó papá a la 1 de la mañana y se fue directo al Congreso. Lloró al lado del cajón por dos horas. Tocó esas manos frías y se despidió para siempre. El jueves, los dos fuimos al funeral. Varios discursos nos hicieron llorar, el lloraba por Alfonsín y yo, más que por el viejo, lloraba porque él lloraba. Fue feo verlo así, pero teníamos que estar.
Después siguió en la procesión detrás de la primera línea de radicales que decían adiós a su líder. Papá le decía hasta siempre a su padre político y yo, de alguna manera, decía chau abuelo.
Mi papá es el pelado que sale a la izquierda de Freddy Storani. Adio!