La democracia es de todos. El respeto a la Ley es la regla número uno para la convivencia en sociedad. La intolerancia sólo conduce a la violencia y el diálogo es la instancia suprema que permite llegar a consensos para resolver conflictos. El autoritarismo es la forma de expresión de los que no tienen razón y el terrorismo de Estado es una aberración a la que no se debe volver Nunca Más.
Estas son algunas de las enseñanzas básicas que nos han ido dejando estos primeros 25 años de democracia ininterrumpida. Enseñanzas a las que el pueblo argentino mucho le debe a la Unión Cívica Radical y, en particular, a Raúl Ricardo Alfonsín.
Fue Alfonsín quien nos ofreció a todos la llave que abriría el portal de una nueva época. Una época donde los valores y las prácticas republicanas vinieran a reparar años de desencuentros, injusticias y criminalidad. En aquel entonces decíamos “somos la vida, somos la paz” y la mayoría del pueblo argentino nos acompañó. Y esto no fue por casualidad o conveniencia sino por identificación plena con un ideario que venía a ponerle fin a un modo de concebir a la política mucho más cercano a la guerra que a la convivencia.
Alfonsín nos mostró un camino nuevo y transformó a la Constitución Nacional en el baluarte que debe ser. Los objetivos de “constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino”, se transformaron en prenda de identificación de un pueblo ansioso por hacerse cargo de su destino.
Han pasado 25 años desde que la Unión Cívica Radical prometiera un siglo de democracia. Veinticinco años que ya nos demuestran que los cien están asegurados.
En 1983 los argentinos recobramos las instituciones para siempre, y esto ya no es mérito de un partido político sino de todos.
Nuestra obligación primera es seguir velando por la República y hacer más inclusivo este compromiso. La democracia es un bien público indiscutible que nos permite avanzar ordenadamente hacia una sociedad más justa, equitativa y soberana. Es la forma de gobierno perfectible que nos permite construir, en conjunto, un futuro mejor.
Había que tener coraje para volver a fundar la República hace 25 años. Valores y actitudes que hoy nos parecen elementales, eran temerarios y cuestionados en aquel entonces. ¿Juzgar a las juntas militares cuando aún existía riesgo de “desaparecer”? ¿Concebir el Nunca Más cuando muchos se resistían a ver? ¿Apostar a la Reforma Pedagógica cuando era más cómodo que nos digan qué estudiar? ¿Terminar con los exámenes de ingreso para democratizar el acceso a la Universidad? ¿Soñar con la posibilidad de legislar sobre el divorcio civil cuando sonaba a pecado? ¿Cerrar toda hipótesis de conflicto con Chile a través de mecanismos democráticos de consulta popular como se lo hizo en el caso del Canal de Beagle? ¿Crear programas de asistencia alimentaria para apoyar a los más necesitados? ¿Plantarse frente a Estados Unidos frente a cada atropello a nuestra dignidad? ¿Fomentar la aparición de organizaciones no gubernamentales de naturaleza humanitaria? ¿Sentar las bases del MERCOSUR? ¿Desear un Parlamento con mayor protagonismo que controle al Presidente? Todas estas iniciativas fueron arriesgadas y valientes; fueron, con sus errores y sus aciertos, las que hoy nos permiten festejar estos primeros 25 años consecutivos de vida en democracia.
Desde mucho antes de la aparición del gran escritor español Calderón de la Barca, hay quienes creen que “La vida es Sueño”. Seguramente algo de eso habrá. Pero sin sueños es imposible proyectar el futuro y atravesar el presente. Debemos entonces, darnos las gracias por seguir soñando que la democracia es posible y recordar, para siempre, al doctor Raúl Alfonsín como aquel que salió de la lámpara (que frotamos todos) para devolvernos la capacidad de soñar y crecer en libertad.
Estas son algunas de las enseñanzas básicas que nos han ido dejando estos primeros 25 años de democracia ininterrumpida. Enseñanzas a las que el pueblo argentino mucho le debe a la Unión Cívica Radical y, en particular, a Raúl Ricardo Alfonsín.
Fue Alfonsín quien nos ofreció a todos la llave que abriría el portal de una nueva época. Una época donde los valores y las prácticas republicanas vinieran a reparar años de desencuentros, injusticias y criminalidad. En aquel entonces decíamos “somos la vida, somos la paz” y la mayoría del pueblo argentino nos acompañó. Y esto no fue por casualidad o conveniencia sino por identificación plena con un ideario que venía a ponerle fin a un modo de concebir a la política mucho más cercano a la guerra que a la convivencia.
Alfonsín nos mostró un camino nuevo y transformó a la Constitución Nacional en el baluarte que debe ser. Los objetivos de “constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino”, se transformaron en prenda de identificación de un pueblo ansioso por hacerse cargo de su destino.
Han pasado 25 años desde que la Unión Cívica Radical prometiera un siglo de democracia. Veinticinco años que ya nos demuestran que los cien están asegurados.
En 1983 los argentinos recobramos las instituciones para siempre, y esto ya no es mérito de un partido político sino de todos.
Nuestra obligación primera es seguir velando por la República y hacer más inclusivo este compromiso. La democracia es un bien público indiscutible que nos permite avanzar ordenadamente hacia una sociedad más justa, equitativa y soberana. Es la forma de gobierno perfectible que nos permite construir, en conjunto, un futuro mejor.
Había que tener coraje para volver a fundar la República hace 25 años. Valores y actitudes que hoy nos parecen elementales, eran temerarios y cuestionados en aquel entonces. ¿Juzgar a las juntas militares cuando aún existía riesgo de “desaparecer”? ¿Concebir el Nunca Más cuando muchos se resistían a ver? ¿Apostar a la Reforma Pedagógica cuando era más cómodo que nos digan qué estudiar? ¿Terminar con los exámenes de ingreso para democratizar el acceso a la Universidad? ¿Soñar con la posibilidad de legislar sobre el divorcio civil cuando sonaba a pecado? ¿Cerrar toda hipótesis de conflicto con Chile a través de mecanismos democráticos de consulta popular como se lo hizo en el caso del Canal de Beagle? ¿Crear programas de asistencia alimentaria para apoyar a los más necesitados? ¿Plantarse frente a Estados Unidos frente a cada atropello a nuestra dignidad? ¿Fomentar la aparición de organizaciones no gubernamentales de naturaleza humanitaria? ¿Sentar las bases del MERCOSUR? ¿Desear un Parlamento con mayor protagonismo que controle al Presidente? Todas estas iniciativas fueron arriesgadas y valientes; fueron, con sus errores y sus aciertos, las que hoy nos permiten festejar estos primeros 25 años consecutivos de vida en democracia.
Desde mucho antes de la aparición del gran escritor español Calderón de la Barca, hay quienes creen que “La vida es Sueño”. Seguramente algo de eso habrá. Pero sin sueños es imposible proyectar el futuro y atravesar el presente. Debemos entonces, darnos las gracias por seguir soñando que la democracia es posible y recordar, para siempre, al doctor Raúl Alfonsín como aquel que salió de la lámpara (que frotamos todos) para devolvernos la capacidad de soñar y crecer en libertad.
*Esta es una columna de opinión que escribió mi papá, Pablo Daniel Blanco, en conmemoración de los 25 años del triunfo de Alfonsín. Espero les haya gustado.
Adio!
1 comentario:
muy bueno...raul ya está gaga...en cualquier momento pasa para el otro lado
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