"En la redacción reina un clima de intimidación y miedo. El ambiente es totalmente glacial, hecho de presiones y de coacciones. Los colegas parecen hablar entre si animadamente, y, sun embargo, tienes la impresión de que si das un mal paso recibirás un puñetazo en la mandíbula o alguien te pondrá la zancadilla.
En este clima no se vida, se limita uno a funcionar. Como un robot. Te ponen en marcha de acuerdo a la dirección decidida de una vez por todas en un cerebro electrónico.
Ya no puedes prácticamente participar, pues incesantemente te solicitan los datos que almacenas para verificarlos. Estás programado, y Schwindmann posee el código, y su propio código es conocido por Prinz. Y el código de este último está en manos de Springer, que planea por alguna parte, encima de las nubes, y muestra de vez en cuando con el dedo índice la dirección a seguir.
Tú ya no participas, los seres humanos auténticos te resultan indiferentes, y te fabricas otros nuevos calcados de la imagen (en alemán: Bild) ideal ofrecida por Springer. Tú te empeñas en ofrecer unos cuidados intensivos, en mantener vivos los sueños de las masas. Los sueños malos, las pesadillas, irreales, desmovilizadoras.
Los mercaderes de sueños, los redactores, acaban por creerse ellos mismos sus propias historias. Suele suceder que todavía siguen cautivados por sus artículos cuando los leen el día siguiente en el diario, al fin impresos. Sólo toman conciencia de su propia existencia a partir del momento en que algo está escrito, en letras de molde, en el papel. Yo estoy en el diario, luego existo. Hasta yo me he vuelto así (...)
Cuando me envían fuera para una cita en la calle, tengo la impresión de ser un tipo que sale de la cárcel. Al principio, yo creía que acabaría con Bild; ahora, cada vez más, temo que sea Bild quien acabe conmigo."
En este clima no se vida, se limita uno a funcionar. Como un robot. Te ponen en marcha de acuerdo a la dirección decidida de una vez por todas en un cerebro electrónico.
Ya no puedes prácticamente participar, pues incesantemente te solicitan los datos que almacenas para verificarlos. Estás programado, y Schwindmann posee el código, y su propio código es conocido por Prinz. Y el código de este último está en manos de Springer, que planea por alguna parte, encima de las nubes, y muestra de vez en cuando con el dedo índice la dirección a seguir.
Tú ya no participas, los seres humanos auténticos te resultan indiferentes, y te fabricas otros nuevos calcados de la imagen (en alemán: Bild) ideal ofrecida por Springer. Tú te empeñas en ofrecer unos cuidados intensivos, en mantener vivos los sueños de las masas. Los sueños malos, las pesadillas, irreales, desmovilizadoras.
Los mercaderes de sueños, los redactores, acaban por creerse ellos mismos sus propias historias. Suele suceder que todavía siguen cautivados por sus artículos cuando los leen el día siguiente en el diario, al fin impresos. Sólo toman conciencia de su propia existencia a partir del momento en que algo está escrito, en letras de molde, en el papel. Yo estoy en el diario, luego existo. Hasta yo me he vuelto así (...)
Cuando me envían fuera para una cita en la calle, tengo la impresión de ser un tipo que sale de la cárcel. Al principio, yo creía que acabaría con Bild; ahora, cada vez más, temo que sea Bild quien acabe conmigo."
*Extracto de "Sobre el arte de los grandes titulares. Wallraff, alías Hans Esser, periodista en Bild" en El periodista indeseable, de Günter Wallraff, Editorial Anagrama, 1979. Gracias JP Mansilla.
Adio!
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