Hace algunas semanas, quizás meses, una chica tocó el portero de casa. "Hola, tienen ropa para regalar", preguntó. Yo no estaba. Nevi, mi novia, justo había ordenado su placard y tenía ropa para dar. Ella la atendió y le dijo que sí, que tenía algo para regalar. Cuando bajó, la chica le contó que se llamaba Johanna, que venía de re lejos y que su casa se había inundado por el temporal. Charlaron un rato, Nevi le dio la ropa y se despidieron.
A los pocos minutos, Johanna tocó de nuevo. "Hola, yo vine recién, quería preguntarte si tenías zapatillas, para mi hermana que tiene que ir al colegio". No teníamos en calzado para dar, así que la chica de la ropa se fue, igual agradecida.
Desde entonces, Johanna viene cada tanto, por lo general cada dos sábados por medio. Me tocó atenderla algunas veces. Pregunta por mi novia. Le pido disculpas. Mi novia no está y la verdad es que no tenemos más ropa para regalar.
Recién todo de nuevo: "Hola, soy Johanna, está la chica de la ropa", me preguntó. Mi novia no había salido, así que le pedí disculpas y enseguida me puse a pensar en la paradoja. Para ella, Nevi es "la chica de la ropa". Para Nevi, ella "es la chica de la ropa". Y hoy, lo único que las une es el desecuentro.
Adio!
1 comentario:
Las comparaciones no son buenas, pero creo que este texto podría formar parte de un libro de Galeano.
Y me gustó.
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