Editorial de Domingo
A más de tres años de la asunción del Presidente Kirchner en el ejecutivo nacional se vislumbran hechos que modifican el sentido de este gobierno que nació como una línea de fuga a la política de la década de los 90´. Peligros de una renovación que no es.
“Todo poder es una conspiración permanente”
HONORE DE BALZAC
¿Qué fue? ¿Qué es? ¿Qué será el kirchnerismo? Preguntas. Interrogantes que marcan el paso del tiempo -vertiginoso sin dudas- en la Argentina, políticamente hablando. El ciclo presidencial ha sufrido cambios en diversos lapsos de su gestión que merecen un análisis. La imagen de una transformación radical en la concepción y praxis política se vislumbra como distante. ¿Es un mal sueño o una metamorfosis kafkiana transformó en cucarachas a los aires de cambio? Poco parece quedar hoy de la promesa de llamar “convocatoria política amplia sin distinción de partidos ni sectores”, que el presidente vociferaba antes de asumir. Los hechos, decretos y manejos políticos hoy dilucidan contradicciones.
Presidente Néstor KirchnerEn rechazo a la “vieja” política, en mayo de 2003, el país se embarcó en un nuevo proyecto político, conducido por un hombre desconocido para el gran territorio nacional. Néstor Carlos Kirchner, gobernador de Santa Cruz, se alzó con la presidencia tras la renuncia de Carlos Saúl Ménem, quien ante el abrumador rechazo popular abandonó una segunda vuelta electoral en donde su vida política hubiese perecido.
Así se gestó un espacio nuevo -¿nuevo?- personificado en la figura de Néstor Kirchner. Una línea de fuga se abrió paso entre lo petrificado, trazó el recorrido para dejar atrás una anquilosada manera de hacer política en el país y rompió con los esquemas y estructuras enquistadas de dirigentes. El popular “que se vayan todos” del 2001 ¿se hacía posible?
La promesa K rompió con lo establecido, planteó una realidad difícil de analizar a través de categorías estructurales, fue una especie de revolución, una conmoción, un sueño, una incertidumbre, aire fresco y una liberación reivindicatoria.
Una realidad endeble, frágil, impredecible pero oxigenante marcó la etapa post-electoral del 2003. Al momento de asumir Kirchner enfrentó un panorama de incertidumbres, con un caudal de votos del 22,28%, al que debía legitimar con acciones contundentes. Y lo concretó rápidamente con creces.
Primero descabezó a la cúpula militar y así encaró una campaña para reivindicar los derechos humanos. Luego se peleó con su padrino político, Eduardo Duhalde, dejando obsoleto al aparato político más eficaz de la última década. Continuó otorgando aumentos de sueldo a trabajadores en diferentes ramas de la actividad, sin obstaculizar por ello el desarrollo económico. En el plano judicial se encargó de remover jueces adictos a la pizza y el champagne de la Corte Suprema. “Plebiscitó” su poder en las elecciones de Octubre de 2005. Y por último, se deshizo de su Ministro de Economía, Roberto Lavagna, sobreviviente Duhaldista, quien había criticado la estrategia económica del gobierno K.
Sin dudas, en sus 1.359 días de mandato, el Presidente ha rubricado su capital político, triplicando su intención de voto que hoy asciende a 62,9% (datos de la consultora Hugo Haime & Asociados). Sin dudas su gestión ha sacado a la Argentina de la crisis que explotó en Diciembre de 2001. Sin embargo, en el tramo esa propuesta de una cosmovisión distinta se ha ido diluyendo. Sin dudas. Lo que ayer parecía una ruptura, hoy presenta múltiples signos de continuidad. El kirchnerismo se ha menemizado, ha adoptado sus vicios, se ha vuelto hegemónico y plantea un campo político maniqueo, blanco y negro, con una tendencia monocromática oficialista.
La política K plantea hoy un escenario político donde los aires de renovación parecen ser sólo suspiros. El 2006 se presenta como un año para el fortalecimiento de la hegemonía presidencial. De cara a las elecciones presidenciales del 2007, palpita un objetivo esencial: la acumulación de poder.
Las medidas del gobierno que mostraban un cambio radical se ven opacadas. La asignación de superpoderes al Jefe de Gabinete, Alberto Fernández, para redistribuir partidas presupuestarias según su conveniencia -¿o según su antojo?-, el abuso de los decretos de necesidad y urgencia, el manejo de los ATN son -¿o no?- repeticiones de los vicios del 90. A esto se suma la reforma del Consejo de la Magistratura que, hablando mal y pronto, permite al gobierno seleccionar a dedo a los integrantes del cuerpo que controla la Justicia.
¿Fue la promesa de cambio sólo una instancia para perpetuar un nuevo régimen político? Púes así parece… El kirchnerismo plantea el miedo como un arma política. La posible fractura de la Unión Cívica Radical, producto de la cooptación de 187 dirigentes por parte del kirchnerismo, es una muestra concluyente. Por miedo a perder el poder, los radicales se unen a las filas de Kirchner. Además: operaciones políticas, persecuciones con carpetas de la SIDE y una concertación sui generis: “solamente con aquellos que piensen como nosotros”.
¿Qué depara el futuro de la política argentina? Los indicios marcan que el proyecto renovador, ese espacio de fuga a la vieja política y a esos viejos políticos, se obtura hasta convertirse en un camino intransitable. Se convierte en una conspiración donde el miedo y la ambición se fusionan. Una conspiración que busca concentrar el poder en el Presidente Kirchner: un personalismo (por definición antidemocrático).
Se dice que el poder vuelve loco a cualquiera. ¿Habrá enloquecido el movimiento K por sus deseos de poder? Es sólo un interrogante. Hoy, la única certeza es que el gobierno presenta esquizofrenias, realidades enfrentadas y contradictorias, de las cuales nacerá su futura identidad política.
*Escrito el 20 de Septiembre de 2006