El periodista Marcelo Almada se pasea por los estudios de la Televisión Pública. Fue invitado a los programas 678 y a los noticieros del canal estatal. La cobertura mediática que recibió su caso de censura previa por parte de Cablevisión fue tratada rápidamente en la Comisión de Libertad de Expresión el miércoles 6 de abril. Los diputados, tanto del oficialismo como de la oposición, repudiaron el hecho y citarán a las autoridades de Cablevisión de la provincia de Misiones.
Almada es dueño de un diario en Posadas y tiene un programa de televisión llamado Debate, como él mismo relató en la cámara. A fines del 2010, las autoridades de Cablevisión le agregaron una cláusula a su contrato por la cual “el productor debe abstenerse de verter en el programa toda manifestación, verbal o de otro tipo, que afecte de cualquier manera la imagen o los derechos de Cablevisión y/o sus empresas vinculadas, controladas o controlantes, sus directivos, gerentes, personal jerárquico en general, dependientes y/o terceros”. Luego del escándalo, la empresa le pidió al periodista que retomara su programa. Aún no decidió si continuará al aire o no.
Ese mismo día, en la Comisión, se trató acaloradamente el caso de censura directa o indirecta que sufrió el programa Ahora es nuestra la ciudad en Radio Cooperativa que conducía Sebastián Turtora y quien firma esta nota. Nadie duda del intento de censura previa que sufrió Almada. De hecho, ni las diputadas Patricia Bullrich ni Silvana Giudici evitaron repudiar tal hecho. Pero, ¿cómo se explica que un programa radial que dejó de salir al aire de buenas a primeras, con fuertes presiones e intentos de digitar notas, preguntas e invitados y que no se tocasen ciertos temas, no recibió el repudio correspondiente de la Comisión de Libertad de Expresión? A Almada lo felicitaron por su valentía. A Turtora y a mí, los diputados del FPV, con excepción de Diana Conti quien apoyó nuestra causa y discutió acaloradamente con Juan Carlos Dante Gullo para que firmase el repudio, nos bombardearon a preguntas inquisidoras y dudaron de nuestras afirmaciones sistemáticamente defendiendo al director de la emisora en cuestión.
Mientras que en el diario Tiempo Argentino de la edición del jueves 7 de abril el cronista Agustín Alvarez Rey afirma que el caso de Almada generó fuertes acusaciones entre los diputados –lo cual es falso pues el desencadenante fueron las declaraciones de los aprietes que sufrimos en la radio que dirige Adrián Amodio–, omite y recorta lo que sucedió. No existimos. Somos mala palabra porque nos censuraron en una radio afín al Gobierno. El contrato que firmábamos con la radio que, jamás dio una explicación de cómo cambió su frecuencia de la 740 a la 770 del dial de un día para el otro derribando la antena de AM Amplitud, es en sí un cercenamiento de la libertad de expresión. La discriminación en la distribución de las pautas publicitarias, el aumento del costo del espacio en un 800% de una semana a la otra, el levantamiento de un programa de actualidad periodística realmente plural sin siquiera despedirse de los oyentes, prohibir mensajes telefónicos y clausurar el posteo en la página oficial de la radio en Facebook y demás medios de comunicación, ¿no es llamativo? ¿Qué es censura? ¿Cómo se financia el periodismo en la Argentina? ¿Cuáles son los criterios de noticiabilidad en dos hechos de similares características pero con distintas consecuencias y victimarios?
Evitar repudiar estos hechos, embarrar la cancha como hicieron diputados como Dante Gullo y el referente del radicalismo K, ¿no es discriminación? ¿Con qué vara se mide la censura en la Argentina? ¿Con qué vara se recortan las noticias?
El cronista de CN23 entrevista a este escriba y al apagarse las cámaras se confiesa: “Pelearé para que salga al aire, pero…”. “Entiendo”, le respondo resignado.
La autocensura, el doble discurso, el cinismo y la mentira van a contramano del espíritu de la ley de servicios de comunicación audiovisual. Es lo que intentamos hacerles entender a los diputados oficialistas. Pero no hay peor sordo, que el que se tapa las orejas.
por Luis Gasulla